José Hernán Cibils - La Bonita

Estoy cansado. Ya son las 13:20. Apresuradamente escribo las últimas letras de la carta a Picky, que luego no le daría.

Apago la IBM. Qué sol. Saco la hoja y busco el sobre en el armario:
“Asesor de Gabinete del Ministerio del Interior”. Es el apropiado. Me laten las venas.

Alvarez, viejo, cómo estás!

Salgo de la oficina, con la carpeta bajo el brazo. Cruzo los corredores, llenos de ministros, secretarios y ordenanzas que saludaban.
Adios, señor, hasta mañana, señor.

La calle estaba estridente. Siempre es así Plaza de Mayo a esta hora.

—No, lo que pasa es que el ministro está muy atareado...pero creo que en pocos días más...

—Sí, sí— decía el gobernador de Formosa. Conversaba con un jóven.

Qué casualidad encontrármelo en la Plaza, justo cuando no pensaba en él.

El semáforo verde. Banco Nación. Los autos impiden cruzar. Es un lío, con tantas empalizadas de obras en construcción.

Las veredas rotas juntan el agua y las pisadas son salpicantes. Qué terrible! Me detengo, intento pensar, la Catedral, no se puede cruzar en San martín y Diagonal, ese 108 casi me agarra.

“Las pestañas serán lo primero en incinerarse”, había escrito minutos antes a Picky.

Esa camisa en Cervantes. Linda. El reloj. Bueno, total son recién las 2 menos cuarto. No es para tanto. El traje gris le queda bien. “Traje de burócrata”, decía Aguirre. Bah. Iba caminando medio torcido. A ver, acá, no, la segunda galería. La calle Florida está llena de pasos, de gente.

—Está Alicia?— diría. Me detuve, pensé un instante. Los zapatos se achicaban y el calor me daba en la cara con todo.

—Está Alicia?— le pregunté a una chica de pelo largo lacio, tostada en Mar del Plata tal vez, simpática. Me miró.

—No es aquí. Arriba, 3er. Piso.

—Gracias.

Ya no era tan terrible, me sentí un poco mejor. Apreté el botón del ascensor. El pasillo era largo y oscuro. Al fondo, “La Bonita” es más bien un depósito feo. Quién iría a comprar allí? Además no se veía. Había que subir.

—Buenas, Alicia?— diría. No.

El pasillo se termina. La Bonita. Me detengo, asombrado. Las empleadas están sentadas en sus escritorios, con los brazos cruzados y mirándome. Yo intento abrir la boca.

—Sí— me detiene una flaca y rubia, con un vestido a cuadros.

Aquí estamos, adelante.

Las empleadas se mecen suavemente. Me toman del brazo, desnudas, me sonríen, hacen a un lado los pulloveres de cashmir.

—Dónde está Alicia?

—Sí, señor.

La rubia abrió la puerta.

—Es allí enfrente. La Bonita.

—Ah, claro—comprendí— agarré mi carpeta y de ella me sostuve —
Gracias— enfilé, La Bonita, Artículos de Confección.

Finalmente. Ya no había golpes en las sienes. Ella apareció, Alicia.

Bajamos a la calle Florida.

Y esa tensión de los últimos días? Ya no. Pero, entonces? No, no, sólo pasear. Hablar, charlar.

Y? Y? Y todo lo soñado, lo anhelado? Lo fantaseado?

Volvimos.

—Chau.

Se perdían, marrones sus ojos, en el pasillo oscuro. La vi casi ya sin ver.

Ahora, después de la noche fresca y la certeza de lo que no fue, deseo vivamente un tiempo de retorno.

Un retorno a La Bonita. Otra vez.

—Está Alicia?

Written by:
JOSE HERNAN CIBILS

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